Book traversal links for Capítulo 19 A Salvo En Casa
Los últimos sesenta kilómetros del viaje me renovaron recuerdos agradables, recuerdos de años atrás que parecían sueños lejanos. Nuestra conversación en el coche del tren fue emocionante e interesante cuando cada cual intentaba ponerse al tanto de los eventos de cinco años. Uno por uno aparecieron allí afuera los paisajes bien conocidos, y luego desaparecieron en la luz menguante del atardecer. Pronto la oscuridad de la noche envolvió lo poco atractivo afuera, pero en nuestro cubículo todo era luz y alegría.
Llegó el momento tan anhelado cuando el tren se paró en la estación de Tillicoultry. Docenas de cristianos y ciudadanos se habían congregado. El aire estaba cargado de canto, y los viejos himnos de la Iglesia nunca habían sonado tan dulcemente para mí. “Venid por el Hijo al gran Dios Salvador” resonó por toda la estación. Y, al colmarme de besos, abrazos y saludos, cantaban, “Hoy, ayer y por los siglos Cristo es siempre fiel” y “Sobre el trono está Dios”. Fue un reencuentro por demás grato después de tantos años amargos.
Y fueron felices los días y las semanas que siguieron. Se celebraron los acostumbrados Bienvenidos; hubo reuniones especiales y encuentros en casas particulares. Estas ocasiones de comunión me dieron muchas oportunidades para testificar la bondad y la fidelidad de mi Padre Celestial quien me guió por el valle de la sombra.
Después de unos pocos meses volví a mi empleo seglar y a la vez me entregué de lleno a la obra del Señor en el área. Los primeros años fueron muy difíciles y el período de adaptación fue largo y arduo; me costó ambientarme y redescubrirme a mí mismo. A veces estuve casi al punto de desespero al creer que las paredes de la fábrica se cerraban en torno a mí. Hubo períodos prolongados de insomnio y cualquier sueñecito traía pesadillas terribles. Sin embargo, mucha fue la oración ofrecida por mi bienestar en aquellos días de prueba; aunque las dificultades parecían insuperables, alabo a Dios por su gracia que resultó suficiente. Paulatinamente mi salud y mi actitud mejoraron y por consiguiente recuperé mi compostura.
No puedo pasar de esta parte de mi vida sin decir que en 1950 conocí a Lily Hislop de Hamilton, Escocia y a primera vista quedé convencido de que ella era la ayuda idónea de Dios para mí. En enero 1951 hicimos notorio nuestro compromiso y en junio del mismo año fuimos unidos en el Señor. En septiembre de 1953 Dios nos bendijo con un bebé, nuestra hija Anne.
Dieciocho meses después de nuestro matrimonio acepté empleo en una fábrica de papel cerca de Glasgow, donde pasamos cuatro años felices. Cuando mi empleo parecía estar alcanzando su cenit, sentí que el Señor estaba llamándome a mí y a la familia a Orilla en la provincia de Ontario, Canadá, donde mi cuñado se había establecido en el negocio de la construcción. El 13 de mayo de 1957 dejamos Escocia en un avión casi vacío y nos dirigimos al Nuevo Mundo.
En aquellos dos años y medio en Orilla, no obstante las presiones de un negocio de restaurante, nos ocupamos en la obra del Señor. En ese período el patrón y el plan divino para mi vida empezaron a revelarse poco a poco. Se juntaban las piezas; el llamado de Dios y la guía del Espíritu Santo se hacían más aparentes. En realidad esta no fue una experiencia nueva para mí, ya que Dios me había hablado en muchas ocasiones.
La crisis se presentó en una conferencia de fin de semana en la capilla de West Street en Orilla. El señor T. E. McCully, padre de uno de los cinco misioneros que murieron por el Señor en Ecuador en 1956, fue uno de los conferencistas. El reto de su mensaje se apoderó del corazón de Lily y del mío. El Señor empleó también fotos de aquellos mártires para complementar su obra en nosotros. Después de profundo ejercicio de corazón, nos entregamos enteramente al llamado y a los derechos de Cristo. Salimos de los restaurantes y nos quedamos en espera de la dirección del Señor en cuanto al servicio para Él.
Un tiempo después recibimos una llamada telefónica del señor G. T. Willey de Indiatlantic, Florida con la invitándonos a visitarle. Unos pocos hermanos habían construido una capilla en Satellite Beach y hacía falta quien les ayudara en afirmar la obra. En la visita vimos que había un gran potencial y después de mucha oración de parte de todos los involucrados quedamos convencidos de que Satellite Beach debía ser nuestra esfera de servicio. El 26 de octubre de 1959 Lily, Anne y yo dejamos Canadá rumbo a Florida y una obra entre los ingenieros espaciales y otros en el área de Cabo Cañaveral.
Hemos pasado varios años felices en comunión con la asamblea en Satellite Beach. El Señor ha bendecido su obra en gran manera y muchas almas han llegado a conocerle, aparte de los muchos más que han sido estimulados a progresar más hacia las cosas profundas de Dios.
En cuanto a mi paso por el valle de la sombra, lo atribuyo al poder de Dios y a las oraciones fervorosas de mis seres queridos y de los amigos en Cristo. Creo que el Dios que salvó a Daniel de los leones, y también acompañó a los tres hebreos en el horno de fuego, vive aún y puede obrar en bien de los suyos hoy en día.
Le reto a usted, mi amigo, a probar a este mismo Dios en su propia vida y circunstancias, y a presentar su cuerpo a Él como sacrificio vivo, para que Cristo sea magnificado, sea por vida o por muerte; Romanos 12.1, Filipenses 1.20.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.