Capítulo 15 Visitas De Los B-29

Sir Winston Churchill, en uno de sus discursos inolvidables, se refirió a Singapur como la fortaleza impenetrable del Lejano Oriente. Sin duda lo era en una época, pero Singapur había sido privada de sus defensas en aras del fortalecimiento de las nuestras en el Medio Oriente. Ahora era una concha vacía, una presa fácil y los japoneses lo sabían; su inteligencia secreta había acabado con la falacia de que era inexpugnable.

Tan pronto como hubiéramos realizado la tarea de volar su “ferrocarril” desde Bangkok hasta la frontera con Birmania, los nipones comenzaron a retirar los prisioneros del Norte y enviarlos de nuevo a la isla de Singapur. Tenían que fortalecer aun más las fortificaciones impresionantes que los británicos levantaron antes de la guerra. Su estrategia difería marcadamente de la nuestra. En Birmania habían usado un sistema de túneles con resultados desastrosos para los nuestros. Ellos se escondían en esos túneles hasta que nuestras tropas hubieran avanzado más allá del escondite, y luego salían, mataban desde atrás y desaparecían rápidamente en el denso monte y la seguridad de sus túneles. Entiendo que este tipo de guerra precipitó el advenimiento del lanzallamas. Su razonamiento era que lo que dio resultados en Birmania tenía que dar resultados en Singapur.

A costa de la labor de los prisioneros se cavaron túneles y trincheras día y noche, hasta que la isla se convirtió en una conejera. Los pasajes subterráneos penetraban lejos en los cerros y al final de cada uno había una gran bóveda con abastecimiento suficiente para alojar muchos hombres por varias semanas, que a su vez se comunicaban con otros salones similares por otros pasajes subterráneos.

Lado afuera, se excavaron trincheras de comunicación entre las varias entradas. Estas tenían de una profundidad suficiente para que cualquier movimiento no fuera descubierto por el enemigo. Nadie tenía porqué salir a la superficie para moverse entre las diversas estaciones.

Este sistema de túneles era ingenioso por varias razones. Acomodaba municiones, alimentos, agua, etc. Al ver el laberinto de pasajes subterráneos con su abundancia de provisiones y suministros, yo visualizaba para Singapur un reino japonés interminable. En esa coyuntura oíamos solapadamente de otras islas de la meticulosa dedicación que se estaba prestando a la defensa de toda el área.

Al reflexionar sobre esta triste realidad yo pensaba que sería absolutamente imposible que alguien efectuara nuestra libertad antes de 1947. Con la ayuda del Señor, quien era un Compañero constante, yo procuraba, según se presentaban las oportunidades, prepararme espiritual, mental y emocionalmente para el prolongado asedio. Nunca parecía más lejana nuestra liberación. Se despachaban de Singapur fuerza tras fuerza de esclavos humanos. Con buena razón yo estaba convencido de que los adelantados preparativos en nuestra isla se estaban repitiendo en otras islas del Pacífico.

Junto con la apertura de los muchos túneles se adelantaba el proyecto de construir pistas para atender al número creciente de aviones de combate y bomberos livianos que estaban llegando. Muchos fueron los corazones que se rompieron en esa labor tan ardua. Trabajar como esclavo día tras día bajo el sol candente era una cosa, pero el colmo de la frustración era reconocer que nuestros esfuerzos iban a añadir a la postre semanas o meses a nuestra liberación. No obstante toda suerte de sabotaje, la construcción se adelantaba.

El puerto de Singapur y la gran base naval de Selerang evidenciaban una aceleración en sus actividades. Los buques llegaban con mayor frecuencia para ser reparados y algunos de ellos dejaban ver que habían sido dañados en una batalla. Se observaba también en aquellos meses que los modelos y diseños de muchos de los aviones eran completamente nuevos para nosotros. Esas señales obvias, junto con las noticias que llegaban a gotas por tortuosas vías, nos convencieron de que se avecinaba una crisis mayor.

Hubo grandes momentos de crisis en aquellos días, especialmente cuando volaban en perfecta formación los B-29, conocidos como las Fortalezas Voladoras, mucho más allá del alcance de la artillería antiaérea y por encima de la altura de los aviones de combate. Procedían majestuosamente como aves sobre la codiciada isla, cual pieza clave para el éxito en el Lejano Oriente. Creo que la fotografía era su misión principal, pero en el proceso no dejaban de “poner huevos”. Escuchábamos los ruidos sordos y veíamos cómo las columnas de humo ascendían de cada puerto. Lamentablemente, algunos proyectiles explotaron también en el campamento e hirieron a algunos de nuestros hombres. Gracias a Dios por su gracia que nos preservó en aquellos períodos de peligro e incertidumbre.

Sucedió en ese lapso un incidente muy lamentable. Un proyectil “ack-ack” cayó a un metro del lado afuera de la choza de paja donde yo trabajaba como asistente médico. Se apagó sin explotar a escasa distancia de la cabeza de un hombre muy enfermo. Lo sacamos de allí a toda prisa pero el shock fue demasiado para su corazón debilitado y nunca se recuperó, falleciendo un buen tiempo después de aquello. Tuve la oportunidad de testificar a él antes de eso y él hizo una profesión de fe en Cristo.

Las noticias de la guerra que filtraban por el correo subterráneo eran todas positivas, pero todos nosotros éramos muy cautelosos para creer. Muchas veces nuestras esperanzas habían sido defraudadas, pero ahora daba la impresión que las noticias tenían mucho de cierto. Oíamos de grandes batallas navales entre vastas flotillas de las naciones en pugna y de batallas aéreas donde, según decían los boletines noticieros, resultamos victoriosos. Y, nos alegramos sobremanera al saber de la victoria en Europa; parecía que estábamos soñando. Pero para nosotros, los prisioneros agotados, eso era un gran estímulo y nos hacía recobrar mucho el ánimo que habíamos perdido a lo largo de cuatro años de desespero. Los guardias japoneses se dieron cuenta del cambio pero no podían comprenderlo. Aparentemente nosotros los cautivos sabíamos más que ellos, los captores.

Casi no podíamos esperar cada boletín noticiero, y los días interminables pasaron muy lentamente mientras nos atrevimos a pensar en nuestra libertad, pero por lo menos algo de capital importancia estaba en el aire.

A menudo me intrigaba la complejidad veleidosa del típico soldado japonés. Muy adentro yo temía grandemente su reacción a la situación que estábamos viviendo. En su devoción incondicional a los ideales brutales de su código de honor, aquellos soldados asignaban poco valor a una vida. A veces sin escrúpulos mataban a un preso indefenso en un acto de fervor patriótico. Uno se preguntaba cómo reaccionarían en aquellas circunstancias actuales.

Nunca fueron los días más inciertos. Era como estar en el cráter de un volcán cuya erupción se esperaba de un momento a otro. Un paso sigiloso en la noche nos infundía horror; anhelábamos y orábamos por el alba. Si las horas de la noche parecían interminables, las del día, aun cuando eran largas, parecían demasiado cortas, y a nuestro pesar veíamos cómo los últimos dedos carmesí del sol se apagaban y desaparecían en un horizonte lejano. La oscuridad se echaba sobre nosotros como un sudario.

Durante ese período muchos hombres contaban con escondites donde esperaban escapar de la matanza. Muchos y largos eran los lapsos que pasé en oración en esa coyuntura, preocupado no sólo por la seguridad mía sino también por la de los otros. Mi Biblia fue mi compañera cercana. Había sido preservada milagrosamente a lo largo de aquellos cuatro años, evitando vez tras vez una inspección de parte de los japoneses. La enterraba y la escondía en los lugares más diversos, y aun cuando varias veces parecía que sería descubierta, eso nunca sucedió.

En mi dilema presente, como en otras ocasiones, recurría a ella y encontraba fortaleza al leer la promesa de Salmo 91.2: “Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”. Sentado al final del día, yo solía cantar:

    La Peña fuerte de mi corazón
    nos guarda de la tempestad.
    En cada amarga tentación
    nos guarda de la tempestad.