Capítulo 8 Capitán Sheridan

Antes de dejar esta fase de la historia deseo relatar el incidente que involucra al Capitán Sheridan del Anti-Tank Regiment 125. Mientras se acercaba a Singapur el buque que transportaba ese regimiento fue bombardeado incesantemente desde el aire. La nave era vieja, muy lenta, y por esto una presa fácil para los artilleros eufóricos. Cuando el bombardeo se tornó excesivamente intenso, los fogoneros, bajo la gran presión, abandonaron sus puestos y por consiguiente las máquinas se pararon de un todo. El buque continuó a la deriva y fue necesario desocupar la cubierta. Algunos oficiales del Ejército bajaron al salón a tocar piano y cantar mientras el bombardeo se prolongaba.

A poco tiempo una bomba japonés penetró la cubierta y cayó en el salón de los oficiales. Lo próximo que supo el capitán fue que él estaba en el mar, aparentemente habiendo escapado por una portilla. Sus clamores fueron atendidos después de un tiempo y el hombre llevado a Singapur severamente quemado y ciego de ambos ojos. Después de la rendición de la guarnición el discapacitado fue llevado al pequeño hospital provisional donde fui asignado para cuidarlo junto a otro oficial ciego.

Un día, sentado para almorzar, él interrumpió la conversación y con gran emoción clamó: “Quítenme las vendas. ¡Veo!” Esto me sorprendió porque el joven era hombre tranquilo. Por cuanto insistió, llamé al oficial médico. “¿Por qué no quitarlos?” me respondió, y le ayudé mientras él desenvolvía las vendas lentamente. Cuando la última cayó de sus ojos el militar clamó con alegría, “¡Puedo ver! En verdad puedo ver”. Parece que fue una cosa milagrosa. Pero el Capitán Sheridan sufrió agonías sin par al contemplar su situación. Mientras lo conducía a su pieza su masivo cuerpo temblaba, pero varonilmente él retenía los sollozos. Las semanas pasaron con poca o ninguna mejoría.

Durante el período que fui asignado a ayudarlo, hubo un sin fin de oportunidades para platicar sobre las cosas de verdadera importancia. Son pocos los casos donde dos personas se hacen tan estrechos amigos en tan poco tiempo. Nuestra amistad fue inusual por cuanto los antecedentes y las aspiraciones diferían mucho entre nosotros dos. Largas conversaciones acerca de Dios, su Hijo Jesucristo y el plan de la salvación ocuparon nuestra atención por horas. En cierta ocasión él me contó la historia de su vida y al día siguiente me pidió que contara la mía. Con emoción y contentamiento le hablé de mi herencia piadosa, mi conversión a Cristo y mi servicio por Él.

De vez en cuando caía una que otra lágrima mientras hablamos de las realidades eternas. Un día él me abrazó y dijo: “Hay una sola Persona que me viene a la mente cuando procuro visualizarlo a usted, y es el Salvador a quien sirve. Espero que usted esté presente todavía cuando recupere la vista, para que lo vea de veras”. Prosiguió: “Daniel, usted tiene algo que yo no tengo”. Lo entendí, porque él estaba confirmando lo que sentía intensamente; una vida sin Cristo carece de sentido. Este buen oficial no confesó abiertamente a Cristo pero la eternidad revelará lo que absorbió en ese entonces.

Lentamente el Capitán Sheridan recuperó la vista en un ojo y con el otro distinguía entre la luz y la oscuridad. Recuperó poco a poco su porte militar y por fin fue dado de alta del hospital y le fue dada la responsabilidad de conducir los hombres de una parte del centro de concentración a otra.

Le agradó estar ocupado de nuevo en algo provechoso. Un día, un guardia nipón se le acercó desde el lado ciego mientras él marchaba a la cabeza de una columna. (Los guardias debían ser reconocidos por los presos en todo momento). Cuando le pasó de frente sin hacerle caso, el guardia lo tomó como un insulto y paró la marcha. Abordó a Sheridan, le reprendió con locuacidad y luego lo golpeó con el puño. El golpe cayó sobre el ojo recuperado y lo dejó de un todo ciego de nuevo. Enteramente desanimado, el capitán ingresó nuevamente en el hospital para más atención.

Una vez más asumí la responsabilidad por el cuidado de ese hombre y le vi recuperarse parcialmente. Oraba por él y por los otros que estaban bajo mi cuidado. Su vista física fue restaurada en parte pero yo anhelaba de todo corazón que recibiera la vista espiritual y eterna.